Una de las cuestiones que más nos une en nuestro trepidante ritmo de vida es la falta de tiempo. Tanto es así que todo lo vivimos como una carrera interminable en la que unas etapas se unen a otras, sin descanso. El amanecer se da la mano con el ocaso y lo que hay en el medio apenas es un día en el que repetimos caminos, itinerarios, rutinas y acciones que pintan de gris el sucederse de nuestras horas.
Lo más curioso es que en ese transcurrir reiterado de lo que hacemos todos los días no nos ocupamos de extraer, para nosotros o nuestros seres más cercanos y queridos, un tiempo de calidad. No es tanto la dedicación a lo largo del cómputo del reloj como la intensidad de los momentos que podamos dedicarnos. A veces, la mayoría, confundimos la cantidad con la calidad y nos conformamos con menos de la segunda si la primera es abundante. Sin embargo, el resultado es lo que importa y no podemos pretender alcanzar logros importantes repitiendo siempre más de lo mismo.