martes, 30 de julio de 2013
DE LA AROMATERAPIA A LOS CHAKRAS PARTE 1
La aromaterapia seguramente fue uno de los primeros encuentros del hombre con el poder sanador de los hermanos vegetales. En la primera cocción o en el primer fuego, seguramente se experimentó la transformación de los vegetales en sahumadores. El olfato no comenzó con el fuego, y el bello aroma de algunas plantas, debió ser conocido como sanador. Por eso cada pueblo en la antigüedad tenía su aromaterapia, y también ahora, en la época de la globalización, conocemos varios aceites con efectos similares, eso es bueno porque las posibilidades se amplían logrando una mayor sutileza.
La aromaterapia es una antigua forma de medicina natural que armoniza desde lo físico y lo emocional, hasta lo mental y lo espiritual. Es un tratamiento holístico, pero para que los resultados sean más completos, además de una consulta para saber el estado emocional y la búsqueda de cada uno, se combinan masajes y baños aromáticos. Se completa con un preparado sobre la base de cremas o aceites base con aceites esenciales y remedios florales.
La aromaterapia armoniza rápidamente problemas emocionales, pero si el desequilibrio se manifiesta en lo físico, se necesita más tiempo. En caso de enfermedad manifiesta, debe completarse con un tratamiento médico.
La aromaterapia permite que veamos la atmósfera de otro color y los problemas desde otro punto de vista. Este tratamiento no reemplaza la medicina tradicional, sino que la acompaña y hace que sus efectos sean más rápidos y duraderos, porque llegan a la raíz emocional, despertando nuestras propias energías de curación. Ayuda a eliminar los efectos desagradables o tóxicos, y nos armoniza y nos fortalece para poner «de nuestra parte» la energía necesaria para la curación.
Todas las plantas, los animales y las personas tienen su propio olor inconfundible, aun cuando a veces sólo puedan percibirlo y diferenciarlo quienes poseen un olfato muy refinado.
En el olor se manifiesta su personalidad, su peculiaridad específica, y también su estado de salud o de enfermedad. Los olores agradables siempre se han asociado con el bienestar, con la armonía y la alegría de vivir. Un bebé sano recién nacido irradia un sutil aroma maravillosamente dulce que recuerda al melocotón maduro. Algo similar puede constatarse en las personas que han purificado completamente su cuerpo por el ayuno repetido, la alimentación sana y la meditación.
En cuanto nos llega a la nariz cualquier olor agradable, de forma automática inspiramos más profundamente, inundamos nuestros pulmones de ese aire vivificador preñado de aromas, y nos sentimos estimulados y activados. Por el contrario, ante un olor desagradable contenemos involuntariamente el aliento; sentimos que al respirar introducimos en nosotros algo enfermo, desagradable, algo que no favorece la vida en nosotros. Pero el hecho de que percibamos algo como agradable o como desagradable depende tanto de nuestra evolución como de nuestra forma de vida.
En otros tiempos, los lugares sagrados, los reyes, jerarcas y sacerdotes, estaban siempre rodeados de aromas y fragancias. Los sahumerios, con mucho la forma más temprana de aromaterapia, la empleaban, por ejemplo, para mantener alejada la peste y otras enfermedades. Las fragancias aromáticas se utilizaban para expulsar los malos espíritus, para invocar a los dioses y para que el hombre entrara en consonancia con las esferas celestiales.
Griegos, egipcios, babilonios, indios y chinos, por nombrar sólo algunos pueblos, utilizaron las esencias aromáticas para corregir el desequilibrio en el hombre y para armonizar las energías, para curar y prevenir enfermedades, para purificar y depurar, para estimular y relajar.
Las esencias de las plantas, cada una con su propio mensaje, aguardan a poder servir al hombre con sus colores, sus sustancias activas y sus aromas, contribuyendo así a aportar a los tiempos futuros más armonía, salud, alegría de vivir y una conciencia mayor.
Dado que las plantas hunden sus raíces en la tierra y dirigen sus hojas y flores hacia la luz, reciben el alimento de las energías del cielo y de la tierra, haciendo surgir de ellas belleza, color y aroma, y transmitiendo todo ello al ser humano. En sus esencias aromáticas, las plantas conservan su sustancia más íntima en estado de pureza intacta, para dejarla fluir generosamente en un momento dado. Su fragante alma se une con nuestras fuerzas espirituales y desencadena en nosotros procesos de transformación.
Todos hemos experimentado en ocasiones cómo se transforma la atmósfera de una estancia cuando se propaga por ella el aroma de una barrita de incienso o de una lámpara aromática. En ese «clima» modificado, nos sentimos más ligeros y sueltos; nuestro espíritu se hace más claro y nuestra capacidad de percepción más transparente. Es como si la sutil, ligera y etérea sustancia de nuestra alma recordara que también ella tiene alas, que la gravidez y la oscuridad de los problemas agobiantes no pertenece a su auténtico ser, que es libre y puede elevarse por encima de los límites del espacio y del tiempo. De esta forma, bajo el influjo de las esencias aromáticas, podemos dejar realmente atrás los sucesos, o bien verlos de forma más objetiva y, por tanto, en su auténtica perspectiva. El ligero y transparente sentimiento de alegría puede hacer su entrada en nosotros; nuestra percepción se abre a dimensiones inhabituales de vivencias más sutiles y de percepción ampliada del tiempo.
Un buen número de investigaciones indican que, mediante los olores, se desencadenan las impresiones sensoriales más fuertes, y que las esencias aromáticas influyen directamente sobre nuestra actitud psíquica.
El sentido del olfato es la función sensorial que más intensamente está ligada a las informaciones almacenadas en nuestro subconsciente. Seguro que conoces el fenómeno siguiente: cuando encontramos un olor que nos acompañó durante una vivencia pasada, vuelven a emerger recuerdos largo tiempo olvidados, reviviéndose ante nosotros imágenes, sentimientos y estados de ánimo de un instante pasado. En general, las experiencias que recordamos de esta manera son experiencias hermosas. De modo que estas sustancias volátiles actúan sobre un plano profundo y fundamental de nuestro ser, en un ámbito situado más allá de nuestros bloqueos y de las vivencias procesadas, en un lugar del alma donde estamos muy cerca del ser puro, como en los momentos de alegría inmediata por la existencia que recuperamos con el recuerdo a través del medio de los aromas. Los aceites esenciales tienen la facultad de llevarnos a esos planos del bienestar y de disolver los bloqueos que nos obstaculizan el camino.
Las fuerzas anímicas, etéricas y no materiales de las plantas afectan al cuerpo energético no material del hombre, en el que también se asientan los chakras, y despliegan en él su efecto curativo y armonizador.
Como es natural, para la aromaterapia aplicada a los chakras, deberás utilizar sólo esencias vegetales puras. Todos los aromas fabricados artificialmente carecen de la fuerza activadora de las plantas, al igual que carecen de la compleja e intrincada variedad de sustancias activas que sólo pueden originarse en el jardín de la Madre Naturaleza. Este mundo de la fuerza natural de los aromas está vedado a los consumidores de perfumes sintéticos modernos.
Como las esencias son sustancias orgánicas naturales, su efecto está en consonancia con las necesidades del cuerpo y del alma. Con frecuencia tienen un efecto normalizador, es decir, poseen la tendencia a proporcionar un estado general sano y armónico.
Ante todo, las sustancias aromáticas deben olerse aisladas, sólo así pueden desplegar de forma óptima sus efectos. Sin embargo, es evidente que las moléculas aromáticas que inspiramos no las transportan sin compañía. Además, emiten vibraciones que también ejercen un efecto sin el medio intermediario que es la nariz. Por ejemplo, se ha observado cómo una hembra de pavo real atraía a docenas de animales machos desde kilómetros de distancia, aun cuando volaran en contra del viento y el olor no pudiera alcanzarlos. Este fenómeno de las vibraciones puede explicar, entre otras cosas, por qué las sustancias aromáticas también ejercen su efecto a través de la piel.